18 nov 2008

Recordando a mi Padre


*NOTA
Este es un escrito de mi viejo publicado en su diario de golf Approach, en Junio de 2001.
Es una de mis favoritas por el contenido, por lo emotivo y por una cuestion de conocimiento familiar de la cual alguna vez haga mencion.



"En realidad, este espacio lo iba a ocupar una nota de mi hijo Martín pero creí conveniente hablar de mi padre ya que en breve festejaremos el día en el que se les recuerda lo que es válido para todos los padres que reciben este medio y para aquellos que llevamos en nuestra memoria y en nuestro corazón.
No es la primera vez que escribo sobre él, sobre su forma de vida, sobre su filosofía pero siempre encuentro algunas aristas de su personalidad que se mantuvieron ocultas por otras ocultas razones.
La curiosidad pudo más que las ventajas económicas y comodidades. Viví hasta hace muy poco tiempo su casa, caminé su campo y su calle, sentí como él había sentido, el sol perpendicular, vi sus mismos atardeceres, escuché los mil sonidos del campo, el blanco brillo de las estrellas, la lluvia. Sentí en mi los vientos que preocupaban y los que le ponían fresco a una siesta. Vi florecer durazneros, el lento asomar de los higos en su planta, el colorear de los nísperos.
Frecuenté sus últimos amigos y los primeros. Hablar de él es hablar de la amistad que cultivó hasta el último de sus días, hasta el último latido, hasta el último aliento.
Al igual que él, desde la galería, vi el campo en toda su inmensidad. Comprendí que no tenía fin, que el horizonte era una simple frontera visual, que se podía ir mucho más allá de lo imaginable.
Su vida era casi metafísica porque había logrado adueñarse del tiempo y del espacio.
Del tiempo y del espacio...
Sentía como creados para sí, el canto de los pájaros, el lento deambular de las nubes, los fragorosos truenos y la luz de los relámpagos. Su rudimentaria educación le había bastado para comprender su propia existencia, la existencia de Matilde, mi madre, la de mis hermanos.
No le hicieron falta doctorados para vivir la vida, y menos allí, donde él quería.
Sin saberlo, me había metido en la complicada tarea de entenderlo y supe luego que viviendo a su modo todo resultaba más sencillo y elemental. Comprendí también que en cuestiones de afectos no hace falta entender nada, solo basta sentirlo.
Mi padre falleció hace siete años. Poco tiempo antes habíamos compartido un vino. Fue una despedida. En aquel preciso instante, supe que lo quería inmensamente y que cada día que pasa le quiero mucho más. Le recuerdo con una rara mezcla de tristeza y alegría. Alegría por ser su hijo y la infinita tristeza de no tenerlo."

Adolfo Corva

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